19 diciembre 2006

2-DOS Prologo La Sombra de la lluvia

“LA SOMBRA DE LA LLUVIA” / “THE SHADOW OF RAIN"
Prólogo 2

Orquídeas montevideanas (Foto: Iaco Iacovovici, 2004)

* Pórtico y doble coro con coral: Allegro molto ma non troppo

© Inédito, Santiago Rocha y Daniel Mc Riley

Vivir no es transcurrir. He descubierto que amo la vida como totalidad, sin destacar algún ser de la existencia por sobre otro. Si amo la vida, no la transcurro, sino que la vivo.
La pulsión de Ser en el Universo es algo mágico. Nos hace vivir de verdad.
Podría ser una elección eventual tan sólo transcurrir el tiempo; pero creo que somos potencialmente capaces de vivir el tiempo, si estamos dispuestos.
Vivir el Tiempo significa: vivir en la sombra de la lluvia.


Cuando era guía de turismo en el sur de la cordillera neuquina, allende la lejana estrella Patagonia, tuve un encuentro revelador con la naturaleza del bosque. Un día, un turista americano se cautivó por un sector oculto del bosque de lengas. Pareciera que ese lugar guarda secretamente la esencia del tiempo. No sé si existe alguna referencia esotérica de los antiguos, pero creo que un lugar así -donde habita todo el tiempo del mundo-, merecería convertirse en leyenda.

Aquel turista, señalando el sector mágico del bosque, me dijo: “-That, is the shadow of the rain-.”Sucede que aquella zona tiene algo particular; algo que la separa inexorablemente del mismo bosque, de las montañas, incluso de la vida, o de la muerte.

En ese lugar del crepúsculo de lengas, los árboles están tan apiñados, que la luz del sol no llega. Sin embargo, esos árboles están vivos. Parecen árboles muertos, y la oscuridad se hace tan densa, el tiempo se vuelve tan detenido, que al transitar ese Universo una extraña sensación te envuelve. Descubrí una hermosa roca donde cada vez que tengo unos momentos para mí, voy a sentarme a solas con mi soledad y mis pensamientos.

La vida y la muerte se unen en el paisaje, densidad verdeazul de un territorio incierto.
Como las últimas imágenes de nuestra vida, las verdaderas imágenes de nuestra existencia.Por lo tanto, la muerte no existe.Existe el temor a la muerte.Y aquellos árboles no sienten temor.Viven la eternidad del bosque, la no-luz, la no-lluvia... viven el Tiempo.

Y se alzan así, desafiantes en su oscuridad, en busca de un punto de luz que los cubra, sin siquiera intuir que el cielo diáfano y celeste, la montaña y el sol están sobre su propio desafío, sobre su propio designio de vivir.
Vuelven a mí aquellos reflejos en el alma oculta del bosque: si el sol no llega a esos árboles, tampoco la lluvia. Y, sin embargo, viven. Te amo y te amaré mientras me quede aliento y después también.

¿Sería posible, para nosotros, captar la esencia del tiempo detenido?¿Sería posible ser un fragmento de bosque en la noche eterna?
Yo quisiera sentir qué es vivir en la sombra de la lluvia.
Yo quisiera saber si alguna vez fui bosque, y viví en la sombra de la lluvia.
¿Alguna vez te lo preguntarías?...


“LA SOMBRA DE LA LLUVIA” / “THE SHADOW OF THE RAIN”
Santiago Rocha, Zanzíbar, Océano Indico, 7 de setiembre de 2002
Daniel Mc Riley, Lagunas de Epu Laufquén, Neuquén, Patagonia Argentina, 7 de febrero de 2000


Expansión (Enrique Morel, óleo pastel, 2005)

13 diciembre 2005

Massailand´s love



"Mi amiga massai" (dibujo a lápiz y anotaciones manuscritas, diario de viaje de Santiago Rocha, 2002)


Capítulo 16 de “La Sombra de la lluvia” / “The shadow of rain”

“MASSAILAND´S LOVE”

© Inédito, Santiago Rocha

Agosto 24, 2002
El miércoles salíamos para Ujiji atravesando el país desde el NE hacia el W, pasando alternadamente por zonas desérticas y bosques espesos, cruzando ríos secos o casi secos. Nos establecimos en la orilla del Tanganyka y empezamos a trabajar de inmediato. Pero mi estadía en Ujiji me proporcionó la oportunidad para separarme del grupo y llevarme al guía conmigo para que cumpla con su parte del trato, después de la incursión a la aldea massai de utilería y armada para los turistas de días atrás. Me ofrecí para llevar unos contenedores con muestras a Dar es Salaam y los demás, locos de la vida por no tener que hacer este viaje polvoriento, ni chistaron. Durante el camino, lo obligué a Waga, el guía, a que me hable solo en swahili, aunque la mayoría de las veces no le entendía ni jota. El hecho es que a la vuelta de la Universidad de Dar, caímos en un verdadero poblado massai.

Aquí no hubo recibimiento ruidoso, tampoco estaba el piso recién barrido con ramas; la gente apenas nos miró con cierta curiosidad por unos minutos y luego volvió a sus menesteres. Solo los niños nos rodearon y me felicité por mis adentros por haber tenido la precaución de comprar una gran bolsa con golosinas en Dar. Las risas y los gritos de los niños me llenaron el corazón de una tibia satisfacción, aún sabiendo que estos niños, casi desnudos, necesitaban mucho más que aquello que yo les podía dar. Nada que ver esto con lo que habíamos visto hace unos días en aquella aldea-caricatura de Dysneyland. En esta aldea, en cambio, sólo habían viejos, mujeres y niños y apenas alguno que otro hombre joven.

Los adolescentes y los jóvenes estaban ejercitándose para ser hombres o pastoreando el ganado (en algunas oportunidades no vuelven a la aldea en meses). Las túnicas de los hombres y los vestidos de las mujeres son también rojos, pero en muchos casos, hechas jirones aunque siempre limpias (a pesar de la escasez de agua). Estaba con Waga: a pesar de esto todo el mundo me miraba con algo de desconfianza, menos una vieja que molía algo en un enorme mortero de madera. Nos miramos y aquello fue amor a primera vista. ¡Qué lindura de viejita! Pocas veces se ven en África negros canosos, sea porque el promedio de vida es muy bajo (a pesar de los datos oficiales) y mueren antes de llegar a encanecer, sea porque las características raciales implican una pigmentación más intensa del pelo, sea porque la mayoría llevan las cabezas rapadas, pero esta mujer tiene el pelo tan blanco como la nieve en la cima del Kilimanjaro. Los lóbulos de las orejas con enormes perforaciones, le llegan a los hombros. Quién sabe qué pesados adornos llevó durante quién sabe cuántos años.

Apenas nos vió, cruzó las manos sobre el pecho, se inclinó y nos invitó a acercarnos. Me sonrió con su boca casi vacía de dientes, pero su sonrisa fue tan encantadora, tan sincera que le contesté de inmediato con mi mejor sonrisa (esta que provoca el achinamiento de los ojos). Sin decir palabra, entró en la choza volvió con dos cuencos y los llenó con un líquido algo turbio que sacó de una enorme vasija de barro que estaba a pleno sol, para luego dárnoslos. Con algo de temor probé el brebaje. Era agrio y un poco efervescente, con algo de graduación alcohólica (menos que la cerveza, sin dudas) para nada desagradable, y contra todas las suposiciones, estaba bastante fresco. Después me di cuenta por qué: a cada rato, la viejita esparcía agua con una especie de cucharón sobre la superficie porosa de la vasija, agua que se evaporaba casi instantáneamente provocando así el enfriamiento de su interior. Zuri, le dije - sabroso- y mi nueva amiga se rió con todo su cuerpo: Tulimshukuru kwa wema wake -gracias por vuestra bondad-, y me dio otro trago. De ahí en más no nos despegamos hasta el atardecer. ¡Cosas del amor!

El guía le explicó quién era yo y a qué vine a esta parte del mundo. La abuela solo me miraba sin decir nada. Después nos indicó que la siguiéramos y nos llevó a lo que vendría a ser "la casa de todos", un cobertizo mayor que cualquiera de las chozas del pueblo. Al lado, el cercado donde se guardan las reses, bien en el centro de la aldea. Dentro de la casa comunal habían varios hombres sentados sobre esteras en el piso y escuchando con gran respeto a uno de ellos que estaba hablando. Estaban sentados en círculo y eso me impresionó porque el significado semiótico de una reunión circular es la igualdad. Naide es más que naide! Sin embargo, el que hablaba (hermano de mi encantadora amiga) es el jefe de la aldea, juez, sacerdote y también el más avezado en el arte de emplear la herboristería cuando las circunstancias lo requerían (me enteré que las circunstancias lo requerían con mucha frecuencia: la aldea estaba llena de enfermos). La viejita le murmuró algo al oído y a un gesto del hombre, el círculo se amplió para aceptar a dos más. La discusión o lo que sea que se estaba tratando se interrumpió. Ahora todos me estaban haciendo preguntas, intérprete de por medio. Quién y qué soy, de dónde soy y qué hago en Massailand. Los pobres eran nómades trashumantes, libres como el viento y hasta que los amos del mundo trazaron fronteras arbitrarias en un mapa, esta gente vivía siguiendo las lluvias con su ganado; por lo tanto, los más viejos se niegan a hablar de países, no comprenden ni aceptan las líneas divisorias y eso les trae no pocos problemas con una ley que no es la suya. Nunca tan apropiada la distinción ontológica del Universo que me enseñaste: el mapa no es el territorio!... Mientras pensaba en todo esto, yo contestaba una sarta interminable de otras cuestiones más.

"Patrulla de adolescentes" (dibujo a lápiz y anotaciones manuscritas, diario de viaje de Santiago Rocha, 2002)

Mi querido Daniel, espero no cansarte con mi relato, pero te pido un poco de paciencia, porque como verás, tiene mucho en común con tus añorados relatos de las veranadas de Varvarco, con tu entrañable “Amor de veranada”, con Doña Estefanía, Don Benedicto, contigo y con nosotros, la Humanidad misma. He vivido tus mismas experiencias con personas de alma generosa, como tus amigos de Varvarco, aquí en las lejanas tierras africanas de Tanzania. ¡Cuánta razón tienes! Ahora más que nunca estoy convencido que somos un único espíritu habitando dos cuerpos diferentes y distantes, pero que seguirá siendo UNO por siempre. Nadie podrá convencerme de lo contrario ni en un millón de años. Ya verás por qué.

Quedamos en la lluvia de preguntas que me hicieron, a las cuales respondí con la mayor sinceridad y paciencia. Cuando me tocó el turno no los perdoné y los acribillé con las mías. Daniel, cómo lamento no tener conocimientos de sociología, etnología y lo que sé de antropología es solo lo básico. De no ser así, comprendería mejor el funcionamiento de esta sociedad y podría transmitirte con mayor fidelidad lo que estuve viviendo. Lo que sí me quedó claro, es que esta gente está en consonancia con la naturaleza en todos sus actos: le pide lo que necesita para vivir y nada más que eso, y le devuelve aquello que puede favorecerla. Es impresionante la relación que tienen con el ganado: los animales son tratados con mucho mayor respeto que los humanos en las civilizaciones occidentales. Les pregunté cómo se las arreglan para soportar los interminables meses de sequía, las inundaciones durante la estación de lluvias, las epidemias y las zoonosis (casi todos los vacunos tienen aftosa).

El Jefe me contestó con una frase que repitió a mi pedido para poder anotarla: Maeki Leukaina ilalenyana -A los elefantes no les pesan los colmillos-, dándome a entender que todo aquello que yo consideraba calamidades, sólo eran expresiones de su propia naturaleza y como tales las enfocaban sin lamentarse. Desde hace un par de siglos los massai se dedican a la ganadería. A pesar de ello, la figura del guerrero sigue siendo venerada, y no sólo por su capacidad de pelear. Es algo similar al samurai japonés. El guerrero es noble y digno, tiene una preparación y una enseñanza que lo diferencia de los simples matones de otras tribus. A partir de la edad de 13 años, los niños dejan de serlo para convertirse en futuros hombres: se les rapa la cabeza y luego se los circuncida. De ahora en más todo lo que hagan tendrá como fin obtener el merecimiento de ser llamados guerreros.

Y asi charlamos horas hasta que apareció mi amiga con una enorme olla humeante, nuestra cena (un cocido, mezcla de queso de vaca con trozos de carne cortados como fideos y condimentado con algo que logré definir y tampoco lo entendí cuando me explicaron lo que era), además la ya conocida cerveza agria. Para los demás hombres era la señal que debían retirarse y sólo quedamos los dos hermanos massai, Waga y yo. Después de la cena, la encantadora viejita nos llevó al guía y a mi a mostrarnos nuestra morada nocturna. Sobre unas esteras en el piso estaban tendidas dos mantas y un par de atados de juncos con un hueco para apoyar la nuca, a modo de almohadas. Le agradecí y le pregunté si podía ir hasta un riachuelo que vi en las cercanías de la aldea (en realidad, un flaco hilo de agua) para bañarme. Me aseguró que en esta época del año no era peligroso y ahí fui con un jabón y una toalla que saqué de mi mochila. Al volver de mi baño, una tea clavada en la tierra iluminaba la entrada de la choza donde iba a dormir. Inmediatamente pensé que mi madre hacía lo mismo cuando sabía que iba a volver tarde a casa: dejaba una luz en la entrada a modo de bienvenida. Otro acto pequeño, humilde y silencioso, una inesperada muestra de amor. Me dormí pensando en mi madre, en la dulce anciana massai y en mi montañés de alma.


Nunca le pregunté el nombre, tampoco ella preguntó el mío, pero el suyo bien puede ser Doña Estefanía, porque al otro día, al despertarme temprano, vi dónde había dormido: sobre un manojo de pajas junto al ganado. Nuestra anfitriona nos cedió su casa. No estábamos en tu veranada sino en la planicie africana, pero los sentimientos eran los mismos. Mi Doña Estefanía se apresuró a prepararnos algo a modo de desayuno: leche con sangre de vaca y una especie de tortillas hechas, supongo, con mandioca.

Mientras estábamos sentados comiendo, apareció de nuevo, esta vez trayendo en un pedazo de madera ahuecada una hermosa orquídea; la puso a mis pies y me sonrió. Su sonrisa fue casi una súplica: acepta mi ofrenda. Instintivamente me incliné para oler la flor, aún sabiendo que la mayoría de las orquídeas no tienen perfume. Marindhia - dijo la viejita - buena persona. Después empezó a hablarme rápido. Me tradujo Waga: dice que los hombres blancos no se inclinan a oler una flor, que usted debe ser massai y si no lo es merece serlo. Cuanta razón tenía! No nos inclinamos a oler una flor, la arrancamos y la llevamos a la nariz, o mejor aún, la compramos ya arrancada. Me levanté y para agradecerle incliné mi cabeza: Shukuru -gracias- , e hice algo que me advirtieron varias veces que no debo hacer: la abracé y le besé las mejillas. Se quedó dura y el guía también, pero inmediatamente la sonrisa reapareció en su rostro, tranquilizadora. Le pedí que le permitiera a Waga sacarnos una foto juntos antes de despedirnos. Escuchó en silencio la traducción y me pidió que no lo hiciera. Estúpido de mí, le expliqué lo que era una fotografía y que la quería para recordarla. Entonces, la viejita entró a la choza que nos sirvió de posada y salió con una caja de madera, de la cual sacó una foto de un joven vestido con remera y pantalones vaqueros abrazado a una mujer que sostenía en los brazos a un hermoso niño. Es mi hijo, dijo, está viviendo afuera (fuera de Massailand) en Nairobi, entre gente incivilizada. Me tocó con la mano el pecho y la cabeza y me dijo que lo que merece recordarse se aloja ahí. Tuve ganas de abrazarla nuevamente pero me abstuve. Se sacó uno de sus innumerables collares y me lo colgó al cuello. Un hermosísimo collar cuyas cuentas talladas en ébano representan cada una un animal diferente.

Momentos inolvidables... Eramos dos extraños juntados por el azar en un acto de comunión y ofreciéndonos el uno al otro el bálsamo del consuelo. Esta venerable mujer, junto con la flor y el collar, me obsequió el inefable alivio de la esperanza. ¿Qué podía darle yo a cambio? Nada de lo que yo tenía valía tanto. Sin pensarlo me quité del cuello el triángulo verde bordado por nuestra bruja blanca y se lo entregué (lo siento, era para ti, pero ahora tendrás un magnífico collar de ébano a cambio). Después bajé del coche todos los paquetes con galletitas que había comprado en Dar para el equipo en Tanganyka (que se jodan, me dije) y un par de tarros con mermeladas. Aceptó lo poco que le pude dar con un pequeño gesto de cabeza. A esta altura, su hermano y los demás de la aldea se acercaron para despedirse, pero a mí me esperaba una última emoción. La madrecita entró nuevamente a su choza y salió con algo en una mano, una especie de polvo, puso la mano sobre mi cabeza primero con la palma hacia arriba mientras murmuraba algo, luego la dió vuelta volcando su contenido en mi pelo y me tomó la cabeza con las dos manos. Me embargaba una emoción pura y solemne, como una bendición, y mientras en su cara se dibujaba una sonrisa pude ver en sus ojos una inmensa tristeza. Quizás anhelaba abrazar a aquel hijo perdido entre los incivilizados de la gran ciudad.

Salí lo más rápido que pude de ahí y las siluetas de los que nos despedían se estaban desdibujando en la nube de polvo que dejábamos atrás.

Compartir las vivencias de otras personas - y cuando digo compartir me refiero a estar completamente disponible para asimilar todos los recuerdos, los gestos más sutiles, los movimientos cotidianos y rutinarios y también aquellos que implican magnanimidad y heroísmo - significa hacer tu vida más plena y aún más, significa vivir más de una vida.

Daniel, estoy convencido que las vidas no deben medirse en años sino en vivencias y entregas. Es probable que nunca más vuelva a ver a esta mujer, pero seguramente nunca la voy a olvidar y sé que su bendición, como las tuyas, Hermano de mi alma, me seguirá mientras viva y también sé que ahora en mi pecho cobijo una vida más.

“MASSAILAND’S LOVE”
Santiago Andrés Rocha, Dar es Salaam, Tanzania, agosto de 2002


El Kilimanjaro visto desde Serengueti

Amor de veranada

Criancero del norte neuquino, con su "piño" de cabras al pie del Domuyo


Capítulo 15 de “La Sombra de la lluvia” / “The shadow of rain”

“AMOR DE VERANADA”


© Inédito, Daniel Mc Riley

Algunos ven un regalo como una incidentalidad más. Y el objeto es atesorado, disfrutado, pero la esencia permanece invisible. Gracias a la vida, existe la ofrenda.
Toda ofrenda es un sacrificio, es esencial. No es una respuesta ni algo que deba ser respondido o correspondido, bajo convención alguna. Es una necesidad interior.
Ser honesto a la necesidad interior: quizá sea difícil y lleno de desilusiones. Pero es un camino maravilloso.
La ofrenda es un hito en el camino. Es una pregunta o un largo silencio compartido.

Recorriendo la Cordillera del Viento, un día llegué hasta el rancho de una familia muy querida. Se alegraron mucho de verme. Le dimos a la conversa, y en un instante, Doña Estefanía se largó a llorar: no tenían casi nada para comer. Sus hijos –ocho- no tenían siquiera útiles para la escuela, y el hijo mayor –orgullo de la familia- trabajaba en las nocturnales calles de la ciudad de Neuquén, para mantener sus estudios secundarios. Este hijo lejano tenía verdadera necesidad de consuelo, porque vivía en un frío cuartucho en las afueras de la ciudad, alejado de sus seres amados, bien lejos de los bosques y los lagos ocultos de la montaña.

Don Benedicto –el patriarca de la familia- me dijo luego: “Don Danielcito, pasa que no puedo dejar de chupar, y me gasto la poca plata que hay en la bebida. Yo soy el culpable de que toda mi familia esté turbada. Que Diosito me perdone...”. Los montañeses somos gente de pocas palabras.

Por la noche, compartimos un chivo asado con una poquedá de pan casero con harina negra y agua del torrente. Muchos años después, supe que Don Benedicto había salido aquella tarde del llanto liberador a buscar un chivo en las alturas del mundo. El piño pastoreaba a más de veinte kilómetros de allí, cordillera arriba.

A la hora de dormir, la familia me preparó un alojo bajo una ramada. La improvisada cama estaba hecha con cueros de chivo, un colchón todo rotoso, mantas, peleras para la ensilladura del caballo y un poncho de Don Benedicto. En las veranadas –las altas cumbres de pastos tiernos- hace mucho frío, aún siendo verano.

Cuando desperté, me fui a lavar la cara al manantial, frente al Paire Domuyo, el dueño de todos los cerros. Y ví. ¿Qué vi?...

Toda mi familia dormía en un colchón miserable tapizado con hojas de álamo, sin techo alguno que los cubra, tiritando de frío bajo el cielo protector. La beba más chica lloriqueaba despacito, y otro de los chicuelos, tosía cadenciosamente.

Esa familia tenía tuberculosis.
Nadie los visitaba, nadie acudía a sus llamados, y por favor del destino, yo estaba junto a ellos.
Juré que a esa zona yo pertenecería, siempre.
Aquella vez lloré como nunca antes, solo, frente al amanecer cordillerano.
Fue la primera ofrenda que recibí en mi vida.

Y en un mundo tan cargado de certezas, la ofrenda es un milagro.
Como el hecho de haberla compartido al menos con un alma dispuesta, en el curso errático de mi camino.
Gracias por todo. Usted disculpe. Hasta siempre.



Cañón del Atreuco, Varvarco, territorio de veranadas (Fotos: Daniel Mc Riley)


“AMOR DE VERANADA”
Daniel Mc Riley, Varvarco, Neuquén, Patagonia argentina, agosto de 1992

Prólogo 1 - Book of days, la voz del mundo

Rosa mosqueta y Cordillera del Viento (Foto: Daniel Mc Riley. Andacollo, Neuquén, mayo 2005)

PROLOGO 1
Unilla


“La Sombra de la lluvia” / “The shadow of rain”

“BOOK OF DAYS, LA VOZ DEL MUNDO”

* Preludio: Andante maestoso
© Inédito, Santiago Rocha y Daniel Mc Riley

Había una vez un solo ser en el mundo, escindido en dos cuerpos y dos historias de vidas.
Un ser incorpóreo, que se convirtió en más real que la fuerza del Universo, gracias al Amor.

Un hombre y un muchacho. Alfa. Un muchacho y un hombre. Omega.
Alejados en tiempo y espacio. Alejados en apariencia en la vida. Un encuentro imposible para la lógica del mundo.

Pero sucedió que un día pudieron abrir el mojón del encuentro en el territorio de la vida. Y el alma de ese solo ser, antes separado, se regocijó. Y el mundo sonrió, pese a que las fuerzas del Universo conspiraban ante el encuentro de Alfa y Omega. Pese a todos los impedimentos, sus voces sonaron como una constelación fija en el Cosmos.

El muchacho, quien esperaba reconocer la voz de un hombre, se prendó al escuchar la voz de un muchacho.

Y el hombre, quien esperaba reconocer la voz de un muchacho, se cautivó al escuchar la voz de un hombre.

Era la voz del Amor. Era la voz de Alfa y Omega, juntos.

Era la música que nacía en el Cosmos para alegrar a la lógica del mundo y colmarlo de magia y misterio.

“BOOK OF DAYS, LA VOZ DEL MUNDO”, 19 de agosto de 2002
Santiago Rocha, Mwanza, Lago Victoria, Tanzania
Daniel Mc Riley, Quilmes, Río de la Plata, Argentina

Poliscopía cromática (Enrique Morel, Acrílico, 2005)

Prólogo 3 - La campana (una transposición literario-fílmica)

"La Trinidad" (Icono de Andrei Rubliov)

PROLOGO 3
Tresilla
“La Sombra de la lluvia” / “The shadow of rain”

* Primer Movimiento: Allegro vivace, molto apassionato

“LA CAMPANA”
© Inédito, Daniel Mc Riley


Había una vez un pintor de íconos que se llamaba Andrei Rubliov. Pintar íconos era su mayor felicidad, era su don, y lo ofrendaba a la gloria de Dios y a todas sus criaturas.

En aquel tiempo, pintar íconos era un oficio sagrado. Y Andrei Rubliov se había consagrado como monje, pese a que tenía dudas con respecto a Dios y a su propia fe. Pero cuando pintaba sentía que él tenía destinado un lugar en este mundo, y que todo cuanto lo rodeaba era la manifestación de la Presencia de Dios.

Un día decidió partir, ir muy lejos para que otras gentes y otros pueblos pudiesen apreciar los frutos de su arte. Era una ofrenda, porque Andrei no pretendía reconocimiento alguno, ni gloria, ni fama. Y así fue que llevó sus lienzos, sus pinturas, y comenzó la travesía por el enorme territorio de Rusia.

Durante aquellos años, cerca del 1400, Rusia estaba asolada por las invasiones de los tártaros y los mongoles. Muchos pueblos eran saqueados, incendiados, y sus habitantes sufrían horribles tormentos y violaciones. Andrei descubrió en su viaje que el mundo no era armonía, ni la total manifestación divina: sólo veía muerte, huellas de violencia, y un mundo triste y desolado. Eso produjo una gran amargura en el pintor, pues sus ofrendas y mundos de belleza y espiritualidad, a nadie parecían interesarles.

Al llegar a un pueblo, comenzó a desplegar sus íconos. Una muchacha inocente se acercó para ver un ángel que Andrei había pintado, y quedó hipnotizada ante la belleza extrema. Los íconos no son pinturas comunes: aquello que se muestra no es la representación o la imagen del Arcángel Miguel, sino la Presencia misma del Arcángel, la cual se revela a través del don del pintor.
Y aquella muchacha (muda y despreciada por la gente) pareció sentir que el Arcángel Miguel la había rozado con su ala, y la había amparado en esa contemplación piadosa. A partir de ese momento comenzó a seguirlo a Andrei Rubliov, dondequiera que fuese; y aunque al principio Andrei se fastidiaba de su compañía (él era un ser solitario), comenzó a sentir ternura y comprensión hacia aquella muchacha desgraciada. Así fue que Andrei y su acompañante llegaron a un poblado que estaba siendo asediado por los tártaros. Y de pronto, sin sospecharlo, se vieron acorralados en un sitio de violencia y muerte. Los invasores entraron al pueblo, quemaron su iglesia, raptaron a las mujeres, mataron a los niños...

Y en medio de aquel abismo, Andrei Rubliov se vio obligado a matar. Sucedió que un soldado tártaro estaba a punto de asesinar a la muchacha inocente (quien había quedado paralizada de pánico en medio de una calle); y ante esa acción inminente, Andrei mató al tártaro para salvar a otro ser indefenso.

Andrei era consciente de su accionar: él, que sólo había creado realidades espirituales a través del arte, había cometido un crimen, había decidido poner fin a la vida de otro ser. Nada tenía sentido: ni su pintura, ni su palabra, porque el mundo era víctima del horror que los hombres pudieron crear. Y así, con una tremenda culpa, Andrei decidió callar para siempre, arrojando sus pinturas y lienzos al río. Él había decidido su propio autocastigo, y lo llevaría a cuestas hasta las últimas consecuencias.

Se apartó de todos. Durante veinte años no pronunció palabra, y algunos lo reconocían como el gran pintor de íconos que había abandonado su arte, aunque nadie sabía por qué. En algún momento recordó que había quedado solo en su silencio, pues a la muchacha la acusaron de bruja y la arrojaron a la hoguera, culpándola de tantos desastres. Andrei nada pudo hacer para evitarlo, aunque su palabra podría haberla salvado.

Un día de primavera llegó a un pueblo con una gran iglesia. Le pareció un lugar distinto y decidió quedarse. Allí vivía un muchacho, forjador de campanas, hijo del más grande hacedor de campanas. El muchacho trabajaba día y noche, para brindar a la iglesia la campana más sonoramente bella que haya existido. Todos decían que el joven conocía el secreto para construir la campana perfecta.

Andrei se conmovió al descubrir la tenacidad, y al mismo tiempo, la debilidad espiritual del muchacho. Se acercó a él, y comenzó a ayudarlo en su misión, acompañándolo, dándole consuelo... sin pronunciar palabra alguna.

Y un día, la campana quedó terminada.La colocaron en el campanario, y al verla, el muchacho se desmayó de pánico y emoción.La campana sonó.
Un viejo dijo: “-Esta campana demuestra que Dios existe, y todo ser que aquí repose, será amparado por el sonido de su gloria. Este lugar será bendito por siempre, hasta el fin de los tiempos-”El muchacho se abrazó a Andrei, el único amigo que creyó en su misión, y llorando le dijo:“-Hermano, yo no conocía el secreto para forjar la campana perfecta. Mentí a todos. -”Andrei, conmovido, salió de su silencio, y le dijo: “-Tu fe me ha salvado. Iremos juntos por el mundo: tú forjarás campanas, y yo pintaré íconos.-”Y entonces Andrei pudo conocer el rostro del Ángel.

“LA CAMPANA”
Daniel Mc Riley, Varvarco, Neuquén, Navidad de 1994
Con esperanza y confianza, en homenaje a Andrei Tarkovski

10 diciembre 2005

Paradise, Ngorongoro



Capítulo 21 - VEINTIUNO - “The shadow of rain”/ “La Sombra de la lluvia”
© Inédito, Santiago Rocha

“PARADISE, NGORONGORO”


August 15, 2002
La visión del paraíso según Santiago


Como dije alguna vez "...compartir las vivencias de otras personas - y cuando digo compartir me refiero a estar completamente disponible para asimilar todos los recuerdos, los gestos más sutiles, los movimientos cotidianos y rutinarios y también aquellos que implican magnanimidad y heroísmo - significa hacer tu vida más plena y aún más, significa vivir más de una vida..."

Estoy cada vez más convencido que las vidas no deben medirse en años, sino en vivencias y entregas. Si el viejo Will Shakespeare hubiese muerto después de escribir el primer soneto, o Miguel Angel después de tallar el primer esclavo, sin dudas que sus vidas seguirían siendo más pletóricas que las de la mayoría de los mortales y a mi pobre entender, no hay manera más abyecta de desperdiciar el milagro de la existencia que corriendo tras riquezas materiales sin importar las implicancias.

Querido amigo: todo este preámbulo es para comentarte lo que viví en esta última semana. Quisiera tener tu facilidad de enhebrar las palabras como cuentas de colores más claros o más oscuros según las circunstancias, pero siempre las acertadas, para poder describirte esta mezcla de belleza y miseria ambas sin límites.

Mwanza y Musoma fueron los puntos elegidos para el estudio, pero también pateamos las llanuras del Serengeti desoladas por la sequía y los incendios, y la meseta del Ngorongoro (un cráter volcánico apagado hace miles de años). La naturaleza construyó aquí paisajes inimaginables que te aplastan y te hacen tomar conciencia de lo minúsculos que somos. Por momentos toda esta hermosura te agobia y te hace sentir un dolor intenso en alguna parte de tu ser, que aunque te esfuerces no podrías especificar, pero las más de las veces te seda y te sumerge en un estado de placidez que te impulsa a fundirte con todo lo que te rodea.

Recuerdo que en uno de los episodios de "Los sueños" de Kurosawa, cuando el protagonista penetra en un cuadro de Van Gogh y se pierde entre las pinceladas. Algo muy poderoso me empujaba a hacer lo mismo en cierto momento. Recorríamos con Hannah y Julian (el argentino – canadiense), el lecho seco y cuarteado de lo que fue un gran charco o un pequeño lago. Muchas veces habrás visto en verano sobre la carretera esta ilusión óptica que provoca el aire caliente que se desprende del asfalto. Pues bien, aquí teníamos la sensación que estábamos rodeados de agua y las ruedas del coche parecían flotar.

De pronto, vimos a poco más de 10 metros, tirado a la sombra de una acacia de copa chata, un león solitario que por andá a saber por qué razón quedó rezagado, ya que la mayoría de los animales migraron hacia el norte. Nos miraba indiferente. Era tan lindo lo que estábamos viendo que no pude otra que parar. Lo único que deseaba hacer era bajar y tirarme al lado del felino, abrazarlo y acariciarlo para hacerle entender que lo quería.

Julian no se dió cuenta de nada, pero Hannah me pregunto: ¿Estás loco? No puedo creer que estés pensando lo que pienso que piensas. Daniel, no debe existir droga más poderosa que la belleza extrema; cualquier hongo selvático queda reducido a unas pobre aspirina al lado de lo que experimenté aquella vez.

Especialmente lo visto en el Ngorongoro, a 2.300 metros de altitud, es indescriptible. El clima es eternamente primaveral gracias a la altura y seguramente si el jardín del Edén existió alguna vez se parecía muchísimo al paisaje que se puede ver aquí.

Lagos de agua dulce poblados por flamencos rosados, bosques que ofrecen abrigo a animales arborícolas, pasturas siempre verdes gracias a la abundancia de lluvias -aún en la estación seca- alimentan a las manadas de herbívoros que prefirieron este ascenso al viaje hacia Kenia cuando las llanuras del Serengeti se secaron. Y tras los antílopes vinieron los carnívoros y los carroñeros. Todos conviven pacíficamente hasta que se pone en marcha la cadena alimenticia. La vista desde el borde del cráter es tan magnífica que te hiela la sangre y te corta la respiración.

Le pedí a nuestro camarógrafo que me haga una copia de la filmación que hizo aquí para llevártela, aunque no pude sacarme un pensamiento de mi mente que nació y creció mientras veía esta maravilla: debo volver a Ngorongoro con Daniel, quien valorará tanto o más que yo este paraíso. Amen.


Santiago Andrés Rocha, Tanzania, Agosto de 2002

29 octubre 2005

Superficie y profundidad

"Poema de los desiertos" (Foto: Daniel Mc Riley, Andacollo, mayo de 2005)



Cap. 5 - CINCO - "The shadow of rain-La sombra de la lluvia"
Superficie y profundidad
©Inédito , Daniel Mc Riley

Alguna vez imaginé que podría ver el mundo
de una manera invista,
una imagen donde todo fuera fondo.
una imagen donde todo fuera figura,
Una imagen imposible
a nuestros ojos humanos,
que nos revelaría el mundo originario
que alguna vez creímos ver.

En la imagen que yo sueño,
todo es superficie
y todo es profundidad.
Cuando miro a la gente del mundo,
intento hurgar
esa fugaz posibilidad:
pero sus acciones generales
no contradicen las leyes de la óptica.

Daniel Mc Riley, The shadow of rain-La sombra de la lluvia
(Andacollo, Neuquén, Patagonia Argentina, 2004)

31 agosto 2005

La travesía (una transposición literario-fílmica)



Escena del film de Andrei Tarkovski "Nostalghia"

Capítulo 3 de "La sombra de la lluvia"/"The shadow of rain"
Cap. 3- Tres
LA TRAVESÍA

©Inédito, Daniel Mc Riley
"Prefiero una amarga felicidad, antes que una vida triste y gris.
La vida es sufrimiento, pero sin él no existiría la felicidad, y por lo tanto, la esperanza".

Monólogo final de “Stalker” - Andrei Tarkovski

Descubrí una imagen.
Estoy en un pantano, con el agua, la mierda, las plantas acuáticas y los insectos a la altura de mi pecho.
No sé si al próximo paso me hundo.
Camino con dificultad.
Pero llevo una vela encendida en mi mano, una luz que alguien me la dio como ofrenda o como misión.
Estoy en el vado del pantano. No se vislumbra otra orilla.
Y sigo con esa luz, a veces a punto de apagarse.
Me invade el deber de no dejarla apagar.
No por mí, sino por los demás, que imagino más allá del vado.
Atravieso el pantano, me hundo más, más me lastimo, más me autodestruyo, pero la luz sigue en lo alto.
Muero y renazco a cada instante.
Sin embargo, esta misión no es vista por nadie.
Esa luz debería ir a otro, a otro y otro ser humano. Pero nadie está.
Por lo tanto, la ofrenda a nadie interesa.
Soy un loco. O un solitario en un mundo vacío de afectos.
Sin embargo, continúo la travesía porque creo que debe haber alguien que sea capaz de llevar una luz a través del pantano.
Esa esperanza me mueve.
Creer que alguien pueda creer.
Creer que alguien mantendrá la luz encendida, a pesar de las tormentas.
Una luz frágil, débil, pero que se alza sobre un pantano.
Y eso la vuelve poderosa.
Una luz en espera de otra luz.
Es posible que a vos te deslumbre esta imagen alrededor de tus sueños?...


(Cap. 3, unilla de "La sombra de la lluvia"/ “The shadow of rain”, inédito, Daniel Mc Riley)

Resplandor en la alameda (Foto: Daniel Mc Riley, Andacollo, Neuquén)

05 agosto 2005

La puerta del dragón (una transposición de un relato zen anónimo)

Algunos cíclidos del Victoria (Dibujo a carbonilla, Santiago Rocha, 2002)

DRACON´S GATE
Daniel Mc Riley (Septiembre 11 de 2002)

Hay un lugar en el océano Indico al que llaman "Puerta del Dragón".
Este sitio está batido por grandes olas, que nunca cesan.
Cuando algún ser viviente atraviesa esta puerta, se convierte en dragón, y por eso es llamada así: "Puerta del Dragón".

Curiosamente, las olas que se originan aquí no son distintas de las olas de otros mares; y el agua, tampoco es diferente de otras aguas. Y sin embargo, de una forma misteriosa, todos los seres vivientes que atraviesan el umbral se convierten en dragones.

En apariencia sus cuerpos, sus escamas, sus miembros, siguen siendo los mismos, pero en realidad
se
han
convertido
en dragones.
Santiago Andrés Rocha (Colonia Suiza, Uruguay, 1974 - Zanzíbar, Tanzania 2002)

15 julio 2005

Militante de lo invisible


Ultimo resplandor del atardecer (Foto: Daniel Mc Riley. Andacollo, Neuquén, mayo 2005)


Reiki Sensei


Sólo por hoy no te irrites.

Sólo por hoy no te preocupes.

Trabaja honradamente.

Sé amable con los que te rodean.

Agradece los abundantes dones.



Haz clic aquí para suscribirte a tarkovski
Haz clic para suscribirte a tarkovski